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Debiéramos mirar a Jesús, el modelo perfecto; debiéramos orar por la ayuda del Espíritu Santo, y con su
fuerza, tratar de educar todo órgano para hacer una obra perfecta.
Esto es especialmente cierto con respecto a aquellos que son llamados al ministerio público. Todo ministro y
todo maestro, debe recordar que está dando a la gente un mensaje, que encierra intereses eternos. La verdad
que prediquen, los juzgará en el gran día del ajuste final de cuentas. Y en el caso de algunas almas, el modo en
que se presente el mensaje, determinará su recepción o rechazamiento. Entonces, háblese la palabra de tal
manera, que despierte el entendimiento e impresione el corazón. Lenta, distinta y solemnemente debiera
hablarse la palabra, y con todo el fervor que su importancia requiere.
La debida cultura y el uso de la facultad del habla, es parte de todo ramo de servicio cristiano; entra en vida
familiar y en toda nuestra relación mutua. Hemos de acostumbrarnos a hablar en tonos agradables, a usar un
lenguaje puro y correcto, y palabras bondadosas y corteses. Las palabras dulces, amables, son como el rocío y
la suave lluvia para el alma. La Escritura dice de Cristo, que la gracia fue derramada en sus labios, para que
pudiera "hablar en sazón palabra al cansado". Y el Señor nos insta: "Sea vuestra palabra siempre con gracia",
"para que dé gracia a los oyentes" (PVGM 270, 271 ed. PP; 235, 236 ed. ACES).
El descuido de la educación de la voz.
La cultura 193 y el uso debido de la voz son grandemente descuidados, aun por personas de inteligencia y
actividad cristiana. Hay muchos que leen o hablan en voz tan baja o de, un modo tan rápido, que no puede
entendérseles fácilmente. Algunos tienen una pronunciación apagada e indistinta, otros hablan en tonos
agudos y penetrantes, que resultan penosos para los que oyen. Los textos, los himnos, los informes y otras
cosas presentadas ante asambleas públicas, son a veces leídos de tal manera que no se entienden, y a menudo
su fuerza y poder impresionante quedan destruidos (PVGM 270 ed. PP; 234, 235 ed. ACES).
El deber del maestro.
Debe enseñarse el cultivo de la voz, en la clase de lectura; y en otras clases el maestro debe insistir en que los
alumnos hablen distintamente, y usen palabras que expresen con claridad y vigor sus pensamientos. Debe
enseñárseles a emplear sus músculos abdominales al respirar y hablar. Esto hará que los tonos sean más plenos
y claros (CM 207).
Un tema fundamental de educación.
Cuando la locución, la lectura, la escritura y la ortografía, ocupen su lugar legítimo en nuestras escuelas, se
verá un gran progreso. Estas materias han sido descuidadas, porque los maestros no han reconocido su valor.
Pero son más importantes que el latín y el griego. No digo que sea malo estudiar el latín y el griego, pero sí
que es malo descuidar las materias que constituyen el fundamento 194 de la educación, para recargar la mente
con el estudio de esas materias superiores (CM 208).
La melodía de la voz.
Los que adquieren ideas correctas acerca del cultivo de la voz, verán la necesidad de educarse y prepararse
para honrar a Dios, y beneficiar a otros. Se colocarán bajo maestros pacientes y eficientes, y aprenderán a leer
con voz melodioso. Con el sincero deseo de glorificar a Dios, sacarán el mejor partido de su capacidad
natural. Una vez que tengan el dominio de sus propias facultades, no se verán estorbados por defectos del
habla, y acrecentarán su utilidad en la causa de Dios (CM 234).
Una cadencia suave y musical.
Los que leen la Biblia en la congregación o en la familia, debieran poder leer con una cadencia suave y
musical, que cautive a los oyentes (6T 380)http://www.iglesiaadventistaagape.org/Documents/La%20Voz%20%20Su%20Educacion%20y%20uso%20correcto.pdf |